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domingo, 19 de enero de 2020

Obligar a pensar de otra manera




El fin de semana pasado impartí lo que empieza a ser una tradición. Dentro del Posgrado de las Artes Escénicas y la Educación del Institut del Teatre, desarrollé el módulo de Dramaturgias y dinámicas teatrales en su sede en Vic.

Podría escribir no una, sino docenas de entradas de este blog explicando distintos detalles, anécdotas o contenidos de este módulo.

Sin embargo, quiero hablaros de algo que tal vez ya he podido entreverar en mi blog, y que fue una especie de mantra repetitivo en las 20 horas que estuve con este maravilloso grupo de alumnos del Posgrado.

No esperes respuestas creativas de propuestas convergentes.

No esperes una genialidad si tú no la provocas.

La única manera de conseguir que un grupo, una persona, un proyecto responda de forma creativa, es proponer de forma creativa.

Y para ello hay que obligar a que el cebero no visite lugares comunes ni situaciones o pensamientos obvios, sino obligar al cerebro a que piense ‘de otra manera’, esquivando una de las leyes de la no creatividad que es que el cerebro funciona bioquímicamente con la ley del mínimo esfuerzo (Carlos Luna dixit).

Pondré un ejemplo concreto de las 20 horas de Vic.

Había pedido a cada participante que trajera de casa un objeto extraño, un objeto con sonido impropio, y un objeto con una historia detrás.

Con el primero de los objetos, podríamos haber jugado, simplemente, a las adivinanzas. Que cada cual mostrara su objeto y que los demás adivinaran qué era realmente. Sin embargo, les propuse que escogieran un objeto que no fuera el suyo, e inventaran un uso y una explicación convincente. Es más, les propuse que lo integraran en un espacio con una utilidad concreta. Así obligamos al cerebro a pensar de otra manera y no ir, como suele ir el cerebro, a buscar la respuesta más rápida, inmediata y útil, sino obligarle a hacer giros con la posible historia del objeto y su uso. Su origen real quedó diluido. Nos importaban más las historias creadas a partir de, precisamente, ignorar su verdadero origen y uso.

Con el objeto sonoro, hicimos algo parecido. No se trató solo de adivinar con qué creíamos que estaban haciendo el sonido, sino, y de antemano, intentar sentir a qué nos recordaba. Qué podíamos recuperar de nuestra memoria sensitiva que pudiéramos identificar con lo que estábamos escuchando. Si esto lo sumábamos para contar historias, el grupo podría, como así hizo, generar dramaturgias sonoras que, si bien eran perfectamente identificables, se alejaban muy mucho de la propia significación del objeto y del uso habitual del objeto en la vida real. Obligamos al cerebro a pensar de otra manera.

El tercer objeto fue, quizás, el más sorprendente. Cada objeto lo había traído una persona y encerraba una historia real. Nuestro pensamiento aparentemente creativo, nos permitía poder contar una historia del objeto, que podríamos más tarde dramatizar o convertir en un micro espectáculo. No obstante, si nos hubiéramos reducido a ese ejercicio, cada cual habría utilizado su memoria unida al objeto y su historia real y, realmente, no habrían hecho otra cosa que recuperar lugares comunes y formas de explicar y contar ya reutilizadas en su vida y su forma de trabajar. Recontar. Nada más.

Pero y además, le dimos de nuevo una vuelta de tuerca al ejercicio y, tras cambios constantes de objetos, cada cual llegó a tener entre sus manos tres objetos con historia que no eran los suyos y de los que tuvo que preparar y pensar una posible historia unida a su experiencia. El cerebro está acostumbrado a asociar lo vivido con los objetos. ¿Pero unir la experiencia y lo vivido a objetos que nunca han estado allí?

El resultado final se expuso eligiendo objetos y pidiendo a ‘todos los dueños’ que salieran a contarnos su ‘auténtica historia’. Y la sorpresa fue que todas las historias fueron reales, auténticas, porque cada cual había obligado a su cerebro a conectar ese objeto, que nunca había intervenido en su vida, con experiencias reales, sensitivas, vividas y vívidas.

Consiguieron obligar a su cerebro a conectar sus neuronas en otro orden, de otra forma. Consiguieron obligar al cerebro a pensar de otra manera.

No quiero con la conclusión arrogarme un éxito mágico, porque este tipo de trabajos no es nada inusual, pero y además, quiero hacer hincapié que los resultados fueron interesantes en tanto en cuanto el cerebro de cada participante estuvo obligado a saltarse la ley del mínimo esfuerzo y obligado a realizar conexiones no habituales, distintas. Y esta obligación a pensar de otra manera, vino determinada por la forma de plantear el ejercicio, evitando los lugares comunes, las dinámicas ya utilizadas, las propuestas repetitivas, y las ideas convergentes.

Obligamos a pensar de otra manera, a base de hacer las propuestas de manera distinta.

No me canso de repetir, que ser creativo no es fácil porque obligar a nuestro cerebro a que piense de otra manera genera un gasto de energía mucho mayor, y ya sabéis que el cerebro es el órgano del cuerpo que más energía demanda.

Sin embargo, si no dejamos al azar, a los hados, a las musas o al ‘creativo’ del grupo la opción de que surja algo realmente sorprendente, y hacemos una propuesta que ponga la rampa de lanzamiento de tal manera que obliguemos al cerebro a pensar distinto, ahorraremos energía a cada cual, porque nosotros, como provocadores, ya les habremos dado un primer impulso.

Si queremos respuestas creativas, lo pondremos más fácil si hacemos propuestas creativas, provocadoras, divergentes.

Y este ha sido solo un ejemplo, al que seguirán muchos otros en este blog, que me encantará compartir con todos vosotros.

¡Gracias por seguir leyendo y, por supuesto, no solo se admiten, sino que se agradecen comentarios!

Yo estoy aquí porque vosotros estáis aquí..., y viceversa.

miércoles, 1 de enero de 2020

Perseverar, que no insistir.



Hace más de 7 años comencé a escribir este vuestro blog
Y hace casi 3, escribí mi, hasta ahora, última entrega.
Era el Día Internacional de la Creatividad, el 21 de abril de 2017.

Con este lapso, a unos pocos les habrá parecido que había desaparecido.
Otros lo achacarán a mi falta de constancia.
Al resto de seguidores del blog les habrá extrañado.
Y la mayoría de las personas que habitan este maravilloso mundo, ni conocían el blog ni les habrá afectado que escribiera o no.

He de decir, y no es para mi descargo, que no he parado de escribir.
Para impartir cursos o clases.
Para generar ideas y proyectos.
Para contar cosas concretas a personas concretas.
Para animar veladas en taxis y, sobre todo, motivo de mi parada técnica en este blog, para finalizar uno de los proyectos más longevos, arduos y satisfactorios de mi trayectoria.
Dejé de escribir en este blog para escribir mi tesis doctoral y convertirme, el pasado 20 de noviembre, en el Doctor Bercebal.

Os aseguro que no me han crecido ni alas ni cuernos.
Que nadie me ha imbuido repentinamente un conocimiento epistemológico de ningún ámbito concreto.
Que sigo siendo el Fernando Bercebal que, los que se han cruzado conmigo alguna vez, han conocido.
Sin dobleces.
Algo políticamente incorrecto.
Optimistoide y, sobre todo, alguien que intenta ser creativo e intenta que los demás lo sean, por insistencia.

Porque, y en eso como en la mayoría de mi forma de actuar no he cambiado, sigo convencido de que la creatividad, como cualquier cualidad humana, es entrenable.

En una sesión de emociones en la que participé constaté que una de mis no cualidades era la perseverancia.
No solo porque me gusta hacer tantas cosas a la vez que a veces no atiendo suficientemente a cada una de ellas, sino porque le doy un plazo temporal en mi vida a cada proyecto y si, al cabo del tiempo dedicado y concertado, no veo la necesidad o el compromiso de continuar, prefiero dedicarle mi esfuerzo a otro proyecto.

Sin embargo, como cualquier otra cualidad humana, la perseverancia es entrenable y, en estos 985 días de retiro bloguero, he intentado entrenarla.
Me dije que tenía dos años para doctorarme y, a base de perseverancia, lo logré.
Y en este tiempo me han surgido cuestiones personales, laborales, de salud, de proyectos que, sin perseverancia, se habrían quedado en el camino o el olvido.

Os aseguro que, cuando algo o alguien merece la pena, perseverar, que no insistir, es algo llevadero, ilusionante y satisfactorio…
Y si, a pesar de la perseverancia, no se lograre el objetivo, habremos disfrutado del intento y del camino.

Y decía perseverar que no insistir, porque no se trata de hacer, decir, o pensar siempre lo mismo hasta derribar un muro.
Se trata de trazar caminos, frases, pensamientos, acciones, estrategias, entrenamientos… que nos lleven hacia nuestro objetivo de distintas maneras.
Se trata de respetar la ética y a la propia moral para lograr los objetivos sin arrepentirnos de los métodos.
Se trata de trufarlo todo de creatividad para divertirnos en el camino hacia el logro.
Y, sobre todo, se trata mostrar y demostrar a lo que o a quien esté al final del intento, que nos implicamos, nos esforzamos y realmente nos importa.

Os puedo asegurar que en este tiempo he encontrado proyectos que realmente me importan y para los que necesito ser perseverante.

Bien.
Quería recomenzar con este vuestro blog, con esa idea en la mente, en el corazón y en mi propio cuerpo: Perseverar.

El objetivo es escribir en este blog, una vez por quincena.
Si vemos entre todos que fluye, siempre habrá momento de acelerar.

El contenido, Teatro de Creación Aplicado.
Los destinatarios, vosotros.
El objetivo, compartir la experiencia y el saber acumulado y seguir aprendiendo y experimentando para no dejar de crecer.

Sí. Os puedo asegurar que, tras entrenar en la perseverancia, ¡¡¡no me canso!!!

Y para terminar este nuevo comienzo, a los que fueron, son y serán mi familia, mis maestros, mis amigos, mis confidentes, mis compañeros de trabajo, de diversión y de vida.
¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!

Yo estoy aquí porque ellos están aquí..., y viceversa.