Personas. La Leyenda de los Tres Caballeros.
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La Leyenda de los tres Caballeros
Quedan
pocos días para que a algunos se les acaben los descansos programados, para que
el ritmo educativo vuelva a tomar el pulso a la sociedad y a las familias con
hijos, para que el lapsus con nombre de césar romano se aparte y dé paso a la
posible ‘normalidad’.
Dudaba si
era el momento de retomar de nuevo el blog y mantener el pulso a la inactividad
o seguir con el ritmo que, salvo escasos días, no ha parado entre mis dedos y
mis neuronas.
Dudaba si
debía interrumpir vuestro aislamiento ‘intentado’. Si debía luchar contra
vuestra tentación, aprovechando un hueco en el espacio tiempo, de ser capaces
de decirme: ‘Déjame. Me estoy quitando.’
Pero y
además… se me está haciendo TAN LARGOOOO…
Quizás he
recibido ‘señales’ por vuestra parte de que, a pesar de vuestros intentos, os
cuesta mucho no echar un vistazo por si aparece algo en vuestro buzón.
O quizás
son solo paranoias mías.
No digo
que lo que yo pueda decir, o los recuerdos de lo dicho, incluso lo que pueda
decir… mañana… sea esencial en vuestro devenir pero, y además, las cosas se
valoran más aún cuando las perdemos, desaparecen o, simplemente dejamos de tener
noticias de ellas… Es más, hay mucha gente que no necesita perder o dejar de
tener noticias para valorar con todas sus fuerzas lo que tiene o ha estado a
punto de tener antes de que se le pueda escapar entre los dedos…
¡Y no
digamos las personas!…
Y de eso
quiero hablar hoy. De Personas.
Sí, con
mayúscula.
En las
últimas horas he confirmado lo que ‘venía sospechando’ toda mi vida.
La vida,
esa ‘toda mi vida’, es una cuestión de personas.
Puede
parecer una perogrullada, pero y además, los equipos, los grupos, son personas.
Cuando nos
enfrentamos a proyectos, a ideas, a trabajos, a experiencias e incluso a
momentos lúdicos o aparentemente vacíos, todos y cada uno de ellos lo forman
personas.
Incluso
aquellos que experimentamos en soledad, son consecuencia de personas. De
nosotros mismos y nuestra experiencia, de la elección de no tener a nadie
alrededor, de los que no están por propia iniciativa, o de los que están ‘in
absentia’.
No me
quiero extender mucho porque habrá más momentos en los que trataré el tema de los
equipos y de las personas que lo forman.
De lo que
es un verdadero equipo frente a un grupo que coincide en el espacio tiempo.
De cómo,
siempre, si realmente se quiere mantener un equipo unido y con garantía de que
funcione bien, hay que ser y estar positivo, honrado, proactivo, preparado y,
quizás esta sea una de las claves, generoso.
Sí, puede
que sea un aspecto que muchas veces pasa desapercibido en la gestión de equipos
y en las relaciones interpersonales en todos los ámbitos, no solo el de
empresa. El artístico, el social, el educativo y el puramente humano y
relacional.
Hay que
ser generosos y dar a los demás lo que sabes que esperan de ti, sin guardar un
ápice en la recámara y, por qué no, una pizca más de lo esperado para mantener
siempre viva la capacidad de sorprender.
Y ser
generosos en ceder el paso. En estar atentos con una escucha activa, a lo que
los demás aportan o necesitan.
Hoy sólo
quería recordar la importancia de las personas que nos rodean, que hacen equipo
con nosotros. Cerca o lejos. Siempre o un solo instante. Físicamente o en el
alma. Antes, ahora o… mañana. Y de la necesidad de intentar que ese momento o
vida entera, lo recuerden los demás como algo positivo en sus vidas.
Hay
personas que nos han hecho ver cosas en un solo instante que el resto del mundo
no ha sido capaz de hacernos ver en decenios.
Hay
personas que nos predisponen con una sola mirada o sonrisa o roce o palabra, o
todo junto.
Hay
personas con las que tenemos mecanismos automatizados que necesitamos repetir
de forma habitual para sentirnos bien como, saludos, palabras, gestos e incluso
despedidas.
Hay
personas cuya presencia nos pone nerviosamente felices porque pensamos que es
mucho más grande de lo que físicamente aparenta.
Hay
personas que tenemos alrededor a diario que son nuestro báculo y sobre las que
nos apoyamos para mantenernos totalmente atentos, activos y felices.
Hay
personas que nos dan más fuerza en la distancia que otras muchas a las que
tenemos alrededor a diario.
Hay
personas a las que confiaríamos cualquier cosa o persona a su cargo.
Hay
personas a las que nos gustaría tener siempre en nuestro equipo.
Hay
personas que nos hacen felices al verlas felices.
Hay
personas que nos gustaría tener de consejeras hasta para elegir el sabor del
helado de postre.
Hay
personas…
¿Y cuando
ya no hay? Porque se ha ido. Porque se ha alejado. Porque es imposible
contactar o, porque sencillamente, ya no está.
Permitidme
que hoy dedique este post a alguien que ya no está. No diré mucho más, pero
ayer nos dejó y él y los que lo querían saben que se lo dedico a él y a su
imperturbable humor y fuerza hasta el último segundo.
Hoy quería
hablar de equipos, de grupos, de personas…
Y de
contar con las personas idóneas antes de que sea imposible contar con ellas.
Y hoy, me
sigue asaltando una duda cuando me enfrento a la vida y a cada proyecto.
Cuando
de repente se cruza en mitad de un proyecto esa persona con la que me gustaría
contar porque sé que sería la mejor persona para compartirlo, para llevarlo adelante,
para… vivirlo. ¿Contar con ella a pesar de que para ello tenga que modificar el
proyecto casi desde sus cimientos? ¿O mantener la estructura ya en marcha que está
funcionando más o menos, aunque sin duda sería mejorable?
En mi
último proyecto en marcha se me cruzó una persona cuando ya habíamos pasado
buena parte de la fase de idea y preparación y no dudé un instante en incorporarla
porque estaba convencido de que su aportación mejoraría el proyecto.
Es
evidente que cuando tomas este tipo de decisiones, el efecto mariposa hace que
suceda un terremoto al otro lado del mundo y, por tanto, alguien o algo, haya
de modificarse.
Ese
afectar a terceros en el equipo o a ideas ya planteadas en el proyecto, nos
hace frenar nuestro ímpetu y, a veces, preferimos tranquilizarnos, ver lo
positivo que YA tenemos alrededor, y evitar crisis que puedan afectar a
personas con las que tenemos relación estable en nuestro equipo o elementos del
proyecto que creemos imperturbables.
También
hace poco me explicaban un caso en el que una compañía de creación sufrió una
crisis muy importante cuando el director incorporó al elenco a un profesional
que daba visibilidad al proyecto pero que no había participado en el proceso de
creación.
Yo alabé
el riesgo asumido y lo contemplé como algo lógico en un proceso de creación
cuando el objetivo es artístico.
No habría
opinado lo mismo si el objetivo hubiera sido social o educativo.
Sí. No es
fácil tomar la decisión de arriesgarse a cambiar la estabilidad de un equipo y
una forma de trabajar, por el malabarismo de incorporar a alguien que creemos e
incluso estamos seguros de que va a aportar algo más que positivo al proyecto.
El riesgo
de cambiar y de que se derrumbe todo a nuestro alrededor, o el riesgo de
mantenerse y dejar pasar la oportunidad para… siempre?
Me cuesta
concretar de manera formal esta duda, así que permitidme que, por hoy, acabe en
formato de pequeña leyenda, aprovechando que a veces transito entre un grupo de
auténticos escritores y escritoras de leyendas y fantasías en Facebook
Guardianes de Odehlot. Y que nadie se ofenda si utilizo el tópico de princesas
y caballeros... Las leyendas, es lo que tienen.
Aunque la
última pregunta la sigo lanzando antes de la leyenda. ¿Debemos intentar captar,
retener, ‘raptar’ e incorporar al equipo a esa persona aunque parezca una
locura? ¿Modificar un proyecto hasta el tuétano? ¿O dejarla pasar a la espera
de que nos la volvamos a cruzar en otro proyecto… mañana?
La leyenda de los Tres Caballeros.
(versión reducida)
Vivía en una torre inexpugnable de un reino
fortificado, una Princesa a la que no describiré porque cada uno tiene a su
princesa o príncipe en su propia retina. En su mente, maravillosamente
creativa, se imaginaba reinos más allá de la muralla y elucubraba proyectos
para mejorar su vida y la de sus conciudadanos.
Con ella, Tres Caballeros, Prudente, Metódico y Paciente,
Tres Caballeros guardianes, que la aconsejaban y la hacían ver que todo lo que
les rodeaba en ese reino era más que suficiente para vivir la vida felizmente,
para compartir todo tipo de felicidad, para ser capaces de formar un gran
equipo. Y de hecho, ella a diario los miraba, jugaba, trabajaba, vivía con
ellos… Y todo ello la convertían en la Princesa más feliz del mundo.
De vez en cuando pasaban a los pies de la torre y al
otro lado de la muralla, príncipes, caballeros, hidalgos, ganapanes, juglares,
gentes de mal y buen vivir.
Algunos pasaban desapercibidos. Otros, inspiraban a
la princesa ideas nuevas, nuevos proyectos… Y a veces nuevos equipos. Pero y
además, estos nunca llegaban a formarse porque pasaban de largo al ver las
murallas tan inaccesibles. El equipo era tan sólido que ningún caballero, por
muy aguerrido que fuera, osaba plantear que cambiaran las cosas en ese reino.
Los Tres Caballeros se convirtieron en la imagen del
reino y convencían a la Princesa a diario de que no necesitaban arriesgar, por
mucha ilusión que les hiciera contar con alguno de esos caminantes, ya que por
un lado eran inalcanzables y por otro podían desestabilizar el equilibrio
aparentemente perfecto del equipo.
Prudente le hacía pensar y repensar antes de tomar
decisiones. Metódico, la entrenaba en rutinas y conseguía que las cosas
funcionaran adecuadamente. Paciente, le hacía ver que algún día llegaría el
día, pero que ese día no era hoy.
Y por si alguien de fuera lo dudaba, a veces se
mostraban los Tres Caballeros apoyados en la muralla, con su porte, su sonrisa
y su energía, como estandartes de la felicidad y eficacia que reinaba en el
reino.
No obstante, tanto la Princesa como sus Tres Caballeros
acababan siempre por conocer la vida y obras de todos los que pasaban por
delante del reino.
Y sucedió que un día cruzó frente a la ventana de la
torre inexpugnable un Hombre que no conocía la historia del reino pero que vio
fugazmente la mirada y la sonrisa de la Princesa.
Como la propia torre, y a pesar de la serenidad, la
belleza y la felicidad que desprendía, la consideró inexpugnable, por lo que
siguió su camino.
Al cabo del tiempo, sus pasos le hicieron volver a
pasar por los alrededores y por curiosidad volvió a mirar a la ventana donde
vio, a través de un canal interoceánico, los ojos sonrientes de la Princesa.
Seguía viéndola inalcanzable pero y además, al parar
en una posada cercana se enteró de que la Princesa, como hacía con todo el que
cruzaba cerca del reino, ya se había informado de sus virtudes y defectos, de sus
aficiones, fortalezas y carencias… Y se había sorprendido de lo bien que
encajaría en muchos de sus proyectos del reino.
Tenían gustos parecidos y complementaba en muchos
aspectos aquellos que ella más valoraba y sobre los que más le gustaba
preocuparse, ocuparse y hablar.
Sus Tres Caballeros volvieron a ponerla en su sitio
dándole a entender que cualquier intruso en su reino no haría sino
desestabilizar lo que tanto tiempo les había costado lograr.
Ella no obstante,
en esta ocasión, dudó no uno, sino muchos momentos, en arriesgar esa
estabilidad del reino a cambio de conseguir lo que aquel Hombre estaba segura
que aportaría a la vida del reino.
Convocó al Hombre más de una vez al pie de su
ventana para hablar con él, para conocerlo mejor, para saber hasta qué extremo
sería capaz de comprometerse con el reino.
Tantas coincidencias, tantas aportaciones,
tantas ideas, tantas ilusiones…
Pero y además, nunca abrió su muralla para que
entrara en su reino…
Su sorpresa es que al cabo de muy poco tiempo, antes
de convocarlo, cuando ella se asomaba a la ventana, él estaba allí, esperando.
Y así pasaron horas, veladas, días y, cada vez que
ella se asomaba a la ventana él estaba allí, esperando. Siempre.
Llegó el estío. Durante este periodo, en el reino se
celebraban fiestas y justas y la mente de la Princesa se ocupaba en convivir y
compartir la alegría de sus conciudadanos y se preocupaba menos de los
forasteros o de los viandantes.
De hecho, durante largo tiempo, la ventana
permanecía cerrada… Y aquél estío no fue de otra forma. La presencia de los Tres
Caballeros en el reino hacía que la Princesa se mantuviera serena, feliz y,
aunque ella a veces parecía ausente ensimismada en las conversaciones que había
mantenido con el Hombre, sus Tres Caballeros eran más que suficiente para mantenerla
feliz, que es de lo que se trata en esta vida…
Y aquí acaba la historia…
¿Seguro?
¿Qué pasó después
del estío?
No os lo
contaré aún pero y además…
Cuenta la leyenda que ella prolongó el estío e hizo
pasar varios otoños, inviernos y primaveras con la ventana cerrada por miedo a
tener la tentación de hacer pasar al Hombre y que, tal y como sus Tres Caballeros
le hacían ver a diario, pudiera dar al traste con la vida tal y como la
conocían hasta entonces en ese reino de fantasía.
Sin embargo vivía con una pizca, un pequeño lunar de
amargura, dándole vueltas a la cabeza de si el día que decidiera abrir la
ventana, el Hombre se habría ido para siempre.
¿Habría perdido la oportunidad de haber conseguido
algo maravilloso en el reino?
¿Habría perdido la oportunidad de arriesgar, por una
vez en su vida?
Poco a poco los Tres Caballeros fueron necesitando,
ellos mismos, abrir sus horizontes. Y se fueron despidiendo del reino sabiendo
que lo dejaban en buenas manos.
Primero fue Prudente quien, al saberse bien
protegido por el valor de su propio nombre, supo que ello le valdría para salir
airoso de cualquier situación a la que se enfrentase y que dejaba a la Princesa
bien imbuida de su propia prudencia.
Al tiempo, Metódico quiso saber si sus estrategias y
propuestas tendrían el mismo efecto y funcionarían igual de bien en otros
entornos y situaciones. Sabía además que la Princesa tenía bien asimilados todos
los métodos y no tendría mayor problema en su ausencia.
Finalmente, Paciente, como no podía ser de otra
manera, fue el último en salir del reino, miró a la princesa e intuyó en sus
ojos un brillo de impaciencia que, sorprendentemente le hizo sentir la fuerza
que le estaba faltando para decidirse a marchar.
Ese brillo en los ojos no era una ilusión de
Paciente. El mismo día que el último de los Tres Caballeros abandonó el reino,
la princesa corrió a la ventana y la abrió de par en par…
Y aquí acaba la historia…
¿Seguro?
¿Y el Hombre?
¿Qué pasó de él?
Pues cuenta la misma leyenda que, como no podía ser
de otra manera, al abrir la ventana, el Hombre…
En la vida
real puede que nos asomemos a la ventana cuando ya haya pasado el tiempo y no
haya ya nada ni nadie esperando.
Pero y
además, esto es un cuento, una leyenda, una historia de princesas, caballeros y
hombres que suelen tener final feliz… o no…
POR SUPUESTO QUE EL HOMBRE ESTABA ALLÍ!!!
Esperando.
Y la Princesa supo entonces que estuvo esperando
siempre. Y que miraba a la ventana todos los días por si se movía la cortina. Y
que incluso a veces creía verla mover y hacía gestos o enviaba mensajes que
nunca sabía si eran recibidos o no.
Pero bastaba ver la imagen de los Tres Caballeros para que,
la misma fuerza que le infundían a la Princesa, pareciera impregnar al Hombre que
entendía las razones de la Princesa para mantener la ventana cerrada.
Ese día la Princesa lo convidó a entrar al reino…
Pero eso ya es otra historia!!!
Hoy ya no
está con nosotros una persona. No era tan cercana como para poder hablar de
ella, pero lo suficiente como para sentir su pérdida.
Y a veces
asusta, un poco, que los Tres Caballeros nos impidan conocer o tener a nuestro lado
a personas cuya compañía, ayuda y fuerza queramos compartir cuando ya sea tarde
y no esté al otro lado de la ventana.
Puede que
me haya ido por los cerros de Úbeda. Puede que lo que yo quería contar tenía
que ver con equipos, con personas, y con la necesidad de arriesgar a incorporar
a personas a nuestros equipos antes de que se nos pase la oportunidad.
Puede que
haya mezclado churras con merinas.
Pero y
además, hoy me he levantado a las 5 y pico de la mañana con la cabeza llena de
ideas sin saber cuál era la más idónea.
Ya me diréis
vosotros, mis fieles seguidores, si ha merecido la pena interrumpir vuestro ‘Me
estoy quitando’.
Ya me diréis si hoy,
cuando me he vuelto a asomar a la ventana, vosotros seguíais ahí.
Eso
espero.
Espero no
haber perdido la oportunidad.
Gracias
por estar ahquí!!!
Recupero hoy
la versión original de un tema que tiene por título el leit motiv que utilizo
para despedirme sin despedirme.
Que os
guste!!!
Y NO ME CANSO!!!
We are searching our utopia in a continuous present continuous!!!!!
Aquí os espero.
¡Hasta el próximo!
Fernando Bercebal · momento Devising Consultor · Pedagogo Teatral
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