Sí, no, sí, no, sí, no, sí…
Me quiere, no me quiere, me
quiere, no me quiere…
Hablo de las margaritas o no
hablo de las margaritas…
Una persona de entre vosotras,
apuntó en un comentario de una de las entregas anteriores, que las decisiones
del proceso creativo, a veces, se dejaban al albur de la teoría de las
margaritas.
Yo diría algo más.
Más que las margaritas, se
dejan al azar.
Aunque habría que preguntarse
si, en la toma de decisiones, puede existir el auténtico azar…
Realmente no es otra cosa que
utilizar un método que parece eximirnos de responsabilidad, de tal forma que,
si sale bien, todos contentos, y si sale mal, siempre podemos sacar a relucir
la frase tan manchega de ‘¡No estaba de Dios!’
No voy a darle muchas vueltas
a las margaritas en sí porque, quien haya observado un poco, o haya leído al
respecto, o haya ‘despetalado’, que no deshojado unas cuantas margaritas, sabrá
que, salvo ejemplares con 34 pétalos, que son ejemplares no demasiado
habituales, el resto tienen normalmente número impar de pétalos (13 o 21) Fibonacci
dixit.
Sí, las margaritas más
habituales tienen 13 pétalos, con lo cual, ante una duda de dos opciones,
aquella con la que empecemos será la que salga al arrancar, o contar, el último
pétalo.
Algunos un poco frikis,
conociendo esta realidad, hemos deshojado margaritas en dos fases. Primero,
quitábamos de un tirón un grupo de pétalos a ciegas, para no saber los que habíamos
quitado, y luego seguíamos uno a uno, para dar cabida al auténtico azar.
Porque realmente, lo que
buscamos con las margaritas es la intervención del azar.
Pero lo que trae una margarita
al frente de este blog, aparte de ser una de las flores que más me gustan, es
la simbología de no responsabilizarse de las decisiones.
Sí, elegir por azar, o sin
justificar una decisión, no es otra cosa que intentar escurrir el bulto en la
toma de decisiones.
Y aquí entro de lleno en las
estructuras organizativas a la hora de trabajar.
En una estructura clásica,
piramidal, donde las últimas decisiones las toma un responsable que se sitúa
por encima de un grupo, en forma de nebulosa o de pirámide, este tiene la
obligación de elegir, no precisamente con una margarita, qué campaña de
promoción utilizar; de qué color pintar un espacio; en qué empresas invertir
los fondos; qué libro de texto poner como obligatorio para el alumnado…
Este responsable, si es bueno
en su trabajo, es porque siempre ha tenido cuidado de no tomar decisiones con
margaritas, sino sopesando toda la información que hay alrededor.
¡Ojo! Lo hace así porque hay
un objetivo concreto que conseguir. Vender más y mejor. Hacer más agradable y
relajante un espacio. Conseguir más beneficios de inversión. Lograr que los
alumnos tengan una herramienta útil y favorecedora del aprendizaje.
Y hago hincapié en este ‘¡ojo!’,
porque también existe la posibilidad de que no exista un objetivo concreto a la
hora de tomar una decisión y entonces, el azar, sea un buen aliado. O que el
objetivo no varíe en función de la toma de decisiones.
Como, por ejemplo, repartir
tres gorros de piscina de tres colores distintos entre tres novatos de la
natación el primer día de cursillo. Elige un número del uno al tres. El azar
repartirá los colores. Aunque es muy posible que intervenga la decisión
personal y alguien ofrezca cambiar su color por el de otro, porque le gusta más
o le hace los dedos de los pies más pequeños.
Sin embargo, el objetivo de
que los tres lleven gorro de baño y se les pueda distinguir por los colores,
seguirá a salvo.
Volviendo al responsable de la
decisión en una estructura piramidal, no solo se juega el buen resultado de su
decisión, sino su puesto en la estructura. Una buena decisión puede hacerle
subir escalones, y una mala puede hacer que otros le sustituyan.
Pero y además, ya sabéis que
llevo años defendiendo la estructura horizontal de las organizaciones.
Y no hablo de una estructura
grupal en la que todos decidimos entre todos. Eso es una ameba sin estructura
que diluye las responsabilidades, los objetivos y hasta los resultados, en
función de cómo se adapte la ameba al éxito o al fracaso. ¡Aquí sí que entra el
azar!
Si hay éxito, somos un grupo
majísimo. Si no lo hay, nadie se siente responsable.
Hablo de una estructura
horizontal auténtica. La propia del Teatro de Creación aplicado. Donde cada
pieza tiene un fragmento de responsabilidad, un elemento estructural que puede
consolidar o hacer temblar el bloque en su conjunto.
Aquí, si realmente perseguimos
un objetivo del que tenemos que conseguir su máxima eficiencia y éxito, no
vamos a utilizar la margarita. Vamos a utilizar la información y las propias
decisiones de cada miembro del equipo en su ámbito.
Y aunque a veces haya
decisiones que parezcan arbitrarias, en un buen proceso de Devising,
cada bifurcación, cada recodo, cada ida y vuelta, cada ‘¡O… No!’, debe estar fundamentado
en toma de decisiones lo más objetivas posibles.
En este formato, también te
juegas el puesto, porque si tus decisiones hacen tambalearse el barco, no dejas
de ser una pieza sustituible. Sin embargo, la ventaja es que, al ser un trabajo
en auténtico equipo, si uno de los engranajes falla, la fuerza del resto de
engranajes puede mantener el barco a flote mientras se modifica, reconduce o
sustituye una de las piezas.
No es una decisión unitaria
que decide por todos. Son todos los que hacen que el responsable final, tome la
decisión.
Este último responsable será
el fulcro que sea capaz de dirigir este barco horizontal, para que las
decisiones dejen el menor resquicio al azar…
Aunque a veces, un buen fulcro, buscará el azar para sorprender, provocar, modificar
y buscar caminos que enriquezcan, precisamente, el pensamiento creativo de cada
miembro del equipo y del equipo como máquina a engrasar…
Pero eso es otra historia de
la que hablaremos en otro momento.
Os lanzo, antes de despedirme,
un pequeño ejercicio de memoria y análisis.
Quiero que penséis cuándo fue
la última vez que tomasteis una decisión apoyados en el azar. Y quiero que lo
analicéis bien, porque, ya adelanto, que más de uno se dará cuenta de que,
aquello que elija pensando que fue el azar, cuando lo analice, se dará cuenta
de que ese aparente albur no era sino la consecuencia de microdecisiones muy
pensadas.
Ahí lo dejo.
Os espero.
¡Gracias
por seguir leyendo y, por supuesto, no solo se admiten, sino que se agradecen
comentarios!
Yo estoy aquí porque vosotros estáis aquí..., y viceversa.
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